“… siempre hay una voz dentro de nosotros que en mo- mentos de crisis personales, de momentos de indecisión o de profundo dolor nos pide a gritos un cambio, una nueva perspectiva de vida. (…) Si aprendiéramos a escuchar esa voz nuestra vida sería más sana y más feliz. La neurosis que padecemos es precisamente producto, en buena medida, de esa falta de respuestas, de atención a nuestra voz interior, y por dejar que se imponga el ruido exterior dentro de nosotros mismos.
Lo propuesto o comentado en estas páginas intenta con- tribuir a una mejora personal que, además, redundará en bien de las relaciones con los otros. “Me dirijo a seres comunes y corrientes como yo, con traumas, neurosis, necesidades, anhelos, grandes cualidades y grandes de- fectos. Lo que aquí se propone es alcanzable si se decide trabajar en ello.”
Un decálogo para casi todo es un libro en el que el autor da diversas opiniones y comentarios para vivir mejor, o enfrentar, en su caso, situaciones y emociones que nos afectan a todos: la relación con uno mismo, el amor a los otros, las relaciones de pareja, la soledad, el trabajo , el luto, los viajes, la comida, entre otros.
Un libro sencillo y ameno que cada lector sabrá evaluar, disfrutar y aprovechar desde su propia perspectiva.
Prólogo
Con este libro me gustaría ayudar al lector a pensar y a reflexionar. Paradójicamente lo que llamamos “sabiduría” en la vida, que tienen sobre todo las personas mayores, tiene una alta dosis de sentido común y de lógica implacable, quizá por eso mismo a veces le damos tan poca importancia y no nos detenemos en su “contenido”. Pero es cierto que es tan lógico todo, que en ocasiones por eso mismo nos cuesta trabajo aprenderlo, comprenderlo y actuar en consecuencia, debido también a que desde chicos nos empezamos a desencaminar un poco, a torcer un poco nuestro espíritu, nuestras emociones, nuestros deseos y nuestras almas. Y desde chicos por los padres, por la escuela, por los maestros, por un mundo siempre temeroso de sí mismo que intenta regir la vida de los seres humanos acorde a intereses sociales, a prejuicios añejos, a conductas heredadas generación tras generación y que resiste a cambiar a pesar de las evidencias. Creo que pocas cosas causan tanto temor al hombre como el cambio, empezando por sí mismo.
Sin embargo, siempre hay una voz dentro de nosotros que nos pide a gritos un cambio, una nueva perspectiva de vida. Y no solemos escucharla, o al menos no con la frecuencia debida (hay también personas que son irremediablemente sordas a su alma) y en parte por eso nos volvemos neuróticos. Si aprendiéramos a escuchar esa voz nuestra vida sería más sana y más feliz. La neurosis que padecemos es precisamente producto de esa falta de respuestas, de atención a nuestra voz interior, y a dejar que se imponga el ruido exterior adentro de nosotros mismos.
Con este libro también pretendo, sin soberbia alguna, contribuir, dar una herramienta más para que esa voz sea escuchada, aunque sea un poquito.
Creo importante aclarar al lector que soy creyente, creo firmemente en la existencia de Dios, en su poder, en la energía que emana de él y que hace posible todo en el Universo. Pero respeto a los ateos, sus razones tendrán, y yo no soy ni misionero ni catequista. Creo que lo más importante es cómo son las personas y no qué religión tienen o si creen o no en Dios. A lo largo de mi vida he conocido ateos que son excelente seres humanos y creyentes que dejan bastante que desear como personas: muchos muy practicantes del ceremonial y poco del corazón.
Hago la aclaración de mi creencia en Dios porque no dudo que mucho o todo de lo aquí expuesto esté tamizado por esa fe, por esa convicción. Sin embargo, he omitido al máximo cualquier referencia a Dios, pues también creo que lo que digo en este libro puede serle útil tanto a los creyentes como a quienes no lo son.
Aunado a ello, también creo que todos nacemos con distintos dones que desafortunadamente muchas veces empolvamos en el camino, nuestro entorno impide su desarrollo o nos olvidamos de ellos cuando en realidad son instrumentos valiosísimos para nuestro crecimiento y para nuestra sana relación con los demás. Esos dones son indiscutibles porque están guardados en nuestros genes cuya parentela viene de miles de años atrás; pensemos por un instante en que van mucho más atrás de nuestros tatarabuelos, pero mucho más.
Además, todos, absolutamente todos, nacemos con algún talento artístico que también, en la mayoría de los casos, se pierde en el camino, se queda como una semilla sembrada que nunca nadie regó. Todos podemos ser pintores, bailarines, músicos, intérpretes de instrumentos, escultores, cantantes, poetas, narradores, pero desafortunadamente ese don se tiene que desarrollar y estimular en un ambiente propicio, y por lo general el entorno social no lo es y pocas veces lo es el familiar.
De alguna forma todos practicamos el canto y el baile, precisamente porque son las expresiones más populares y porque, a la vez, son las más antiguas de nuestra especie, con ese uso de nuestro cuerpo y de nuestra voz hicimos nuestros primeros rituales, cuando todavía no poníamos nombres “a los dioses”, pero percibíamos su presencia. Cantar y bailar lo podemos hacer todos, unos mejor que otros, pero todos, y las posibilidades de creación artística necesitan mayores estímulos. Nunca es tarde para empezar a obtener ese gozo. Que no nos detenga la admiración por quienes lo hacen o creemos que lo hacen bien, nada de caer en comparaciones ni decir “ya para qué”. ¡Pues para empezar, igual que ellos: para ti mismo! Que esa admiración hacia otros se vuelva precisamente un estímulo. (Este mandamiento sólo aparece en este prólogo ¡pero intenta ponerlo en práctica!)
Debo hacerles otra confesión. Cada palabra que está escrita aquí ha surgido de mi más profunda convicción, de sentimientos genuinos, de experiencias en la vida que me han llevado a creer absolutamente lo que aquí expongo. Pero creerlo no es practicarlo al cien. Lo intento, cada día lo intento, pero estoy todavía lejos de alcanzar todo lo bueno espiritualmente que será consecuencia de la genuina y constante práctica de aquello en lo que creo y comparto con ustedes. Un piloto de Fórmula Uno –creo que el deporte más arriesgado que pueda haber y que requiere una concentración casi sobre humana, puede saber muy bien la teoría, tener muy claras las ideas de lo que debe hacer, pero todo será inútil si no corre una carrera tras otra y las va poniendo en práctica hasta que un día es el primero en el pódium.